viernes, 24 de mayo de 2013

El Profeta - Pablo Gargallo

EL PROFETA. PABLO GARGALLO (1933)                                      Carlos Caballero Medina

Pablo Gargallo, considerado precursor de la escultura en hierro, nació el 5 de enero de 1881 en Maella (Zaragoza). Su padre poseía una herrería, donde aprendió la técnica de la forja. En 1888 su familia emigra a Barcelona por razones económicas y allí comenzó su formación artística en el taller del escultor Eusebio Arnau y mantuvo contactos con jóvenes artistas como  Picasso. Pasó parte de su vida en el barrio de Montparnasse de París. Vivió en una comuna de artistas. A lo largo de su carrera mantuvo dos estilos aparentemente distintos: uno clásico, relacionado con el modernismo en sus inicios, y otro vanguardista en el que experimenta con la desintegración del espacio y las formas y los nuevos materiales. En 1934 sufrió una neumonía fulminante y murió en Reus.

El Profeta
Escultura  de 2,35 metros con grandes volúmenes vacíos acotados por elementos curvados que dan una gran fuerza expresiva a la obra. Existen siete ejemplares numerados expuestos en diferentes museos del mundo. Se encuentra a medio camino entre lo mítico y lo religioso, porque aunque su título, nos sugiera contenidos religiosos, la propia actitud del autor frente a la religión (nunca demasiado explícita), así como la grandeza de su expresión y construcción volumétrica recuerda más a un  superhombre. La valoración de lo humano  como fuerza motriz, un verdadero canto al hombre como generador de fuerza.

El material.
Es sumamente novedoso. Se trata de chapa de acero forjada en piezas y unida gracias a soldaduras, lo cual nos muestra la técnica bien aprendida del autor.

La tipología.
Es una imagen aislada y desvinculada de cualquier otro programa arquitectónico, puesta sobre una pequeña peana que, siguiendo las ideas de Rodin en los Burgueses de Calais, elimina el gran basamento para producir una relación más directa entre obra y espectador.

Su composición.
Dentro de un escaso movimiento real, se muestra bastante dinámica. Para ello no utiliza los habituales escorzos y posturas forzadas, sino que toda la fuerza interna se produce por medio de la creación de líneas casi abstractas (diagonales de brazo levantado y bastón) y las formas curvilíneas que se entrelazan en torno a la figura, dándole una asombrosa vitalidad.

El modelado.
Resulta muy novedoso. Por una parte, el propio tacto del metal produce zonas en donde la luz resbala, mientras que su composición a través de formas cóncavas y convexas crea profundos claroscuros que reafirman su terminación en negro. Junto a todo ello, el gran valor espacial de la figura es su utilización del hueco, la forma negativa como una realidad que combate con las positivas, hace entrar el espacio dentro de la escultura y la relaciona con el ambiente en el que sea colocada.
En cuanto a la figura se aleja por completo de las concepciones realistas del XIX. En ella se conjugan ciertas influencias cubistas (en la descomposición geométrica de diversas partes, como la zona de la pierna, la cabeza) con otras de estilo expresionista que deforma brazos, troncos o gesto para dar un fuerte contenido dramático que se subraya con el gesto y los elementos aristados que componen el cuerpo. Con un tamaño bastante mayor del natural se impone así al espectador con una gran fuerza expresiva.

Pablo Gargallo, en El profeta, culmina el cambio radical que conoció la escultura española en el primer tercio del siglo XX, porque supo combinar las formas cubistas y el expresionismo.

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