domingo, 26 de mayo de 2013

Tarde de domingo en la isla de la grande Jatte- Alejandro Alcala e Ignacio Ibañez

TARDE DE DOMINGO EN LA ISLA DE LA GRANDE JATTE, 1884-86. ART INSTITUTE DE CHICAGO, EEUU. SEURAT. El cuadro Tarde de domingo en la isla de La Grande Jatte fue pintado al óleo sobre lienzo por Seurat. De grandes dimensiones 205 x 304 cm., fue exhibido por primera vez en el Salón de los Independientes de París en 1886, donde causó una gran sensación. En la actualidad se encuentra en el Art Institute de Chicago donde llegó en 1926 como parte del legado de Clay Barlett. Obra de asombrosa madurez para un artista que aún no había cumplido los 30 años, es considerada como el manifiesto del Neoimpresionismo puesto que es la primera obra maestra en la que se aplica la técnica puntillista o Divisionismo, como le gustaba llamar a Seurat. Al enfrentarse a esta pintura, su autor, de sólida formación académica, gran dibujante y discípulo de Ingres, acepta el desafío de describir de una manera convincente, en sus efectos de luz y atmósfera, el panorama de la isla de la Grand Jatte, poblada en la calurosa tarde de domingo por una muchedumbre de paseantes desocupados. Si su punto de partida para conseguirlo, coincidía con los impresionistas, su espíritu investigador le llevará a buscar una metodología científica basada en las teorías sobre el color realizadas por Chevreul y Rood que le permitieron sistematizar un principio que los impresionistas aplicaban intuitivamente Según la teoría óptica dentro de un campo perceptivo, los objetos pierden su autonomía cromática y modifican mutuamente sus colores. Aparte de la acción de la luz que altera las zonas iluminadas, cada objeto actúa sobre sus vecinos reflejando en ellos su propio color y suscitando igualmente su complementario. Para transmitir rigurosamente juegos tan complejos Seurat aísla de los colores que se encuentran en la naturaleza las partículas elementales que los constituyen llegando a la mancha de color puro. Surge así, la técnica puntillista donde la aplicación del color puro sobre el lienzo, que se hace a base de manchas muy menudas que distribuyen sobre la tela, los colores locales, la iluminación, los reflejos y los contrastes con una dosificación perfecta. Contempladas estas manchas desde la distancia oportuna se combinan en la retina según el principio de mezcla óptica para recomponer la escena. Como vemos en el cuadro, en las partes bañadas directamente por el sol el color dominante se entremezcla con puntos de pigmento amarillo y naranja. En las zonas de sombra se combinan los azules. Unos cuantos puntos de naranja y amarillo plasman las partículas filtradas por la luz solar. Los rojos y los púrpuras crean la ilusión de la luz que ha sido parcialmente absorbida y cuyo reflejo recibe el ojo. Sin embargo Seurat, es mucho más que esta técnica. Como Cézanne, reacciona contra la evanescencia de las formas y el abandono al instinto. Supera la fugacidad al imponer una construcción lógica a la organización de la superficie pictórica y, también como Cézanne, aunque por caminos distintos, convierte el espectáculo de la Naturaleza en una armonía pictórica autónoma. El artista elige un tema plenamente impresionista, pero la elaboración es totalmente distinta: no hay notas captadas en vivo ni distracciones anecdóticas. Alejado de cualquier intento de improvisación, durante dos años realizó 38 bocetos al óleo y 23 dibujos preparatorios que fueron materiales de trabajo empleados para la creación en su estudio de la obra. La composición, en un paisaje tan poblado de elementos diferentes ha puesto en juego la extraordinaria potencia de Seurat. Con la misma disposición en diagonal de la costa que en El Baño la composición está construida sobre horizontales y verticales. Las figuras o grupos de siluetas similares, como maniquíes geométricos, se repiten con un ritmo de intervalos calculado casi matemáticamente, creando direcciones visuales oblicuas al tiempo que las áreas alternadas de sombra y luz crean amplias zonas horizontales. Es lógico, si la luz no es natural sino compuesta, según una fórmula científica y, por tanto, perfectamente regular, también la forma que la luz toma al unirse con las cosas tiene que ser regular, geométrica. Aun hay más, el espacio no es un vacío sino una masa de luz que tiende a mostrarse como un globo de sustancia atomizada y vibrante. Los cuerpos sólidos en este espacio-luz, son formas geométricas curvas, moduladas según el cilindro y el cono. El espacio que Seurat reduce a la lógica geométrica no es el perspectivo, sino el espacio empírico de los impresionistas, que se convierte de esta forma en un espacio teórico. La Naturaleza aparece representada en la obra con la misma quietud, serenidad y solemnidad que si se tratase de una gran obra del pasado clásico transferida a la vida moderna. No en vano al tratar de Seurat abundan las referencias a Piero della Francesca. Los contornos firmes y sencillos y las figuras inmóviles y relajadas dan a la escena una estabilidad intemporal. Sin embargo Seurat no pretende plasmar de forma convincente la isla de la Grande Jatte, ni a los que la visitan, que son un mero vehículo para sus exploraciones sobre la materia pictórica y la teoría cromática. El tema es un pretexto y la Naturaleza es sometida por el creador a una nueva disciplina cromática y compositiva. Los personajes y los objetos utilizados tienden a la depuración; no existen más que para suscitar el juego abstracto de líneas y colores. Agrupados en escenas fortuitas, parecen tomados del natural, sin embargo sus poses están misteriosamente congeladas por una necesidad formal.

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